jueves, 31 de enero de 2013

Rejuvenece Contramaestre en su centenario

Por Moraima Zulueta
moraima@gritodebaire.icrt.cu

Mi ciudad es  una prolongación de mí misma y se me antoja que  su lenguaje es mi lenguaje. Siento el susurro de sus calles que rememoran  tradiciones no contadas y la complicidad de los edificios de todas las épocas maquillados para aliviar la esclerosis del sendero del tiempo. Como un bebé que apenas ha dado sus primeros pasos y tambaleándose ya quiere salir corriendo, así es ella, con ansias de  crecer, madurar y ser armoniosa.

Se debate entre lo que fue y lo que quiso ser, entre lo que es y lo que desea, entre lo que será y logrará conseguir. Su soliloquio se escucha en cada uno de sus rincones, en cada esquina, en su única plaza, en sus diminutos parques, en cada casa,  en el agua fresca del río que baña sus curvas y la realza como dueña del espacio en el  que se asienta para desde allí contemplar el verdor de las  lomas lejanas o el ocaso del sol detrás de los naranjales que la abrazan.  Así, crédula y desconfiada a la misma vez, se afirma a esperar que alguien venga a descubrirla, a tomarla, a poseerla, a domeñarla.

Ella canta, sueña día a día, sufre, llora, rabia, gime y sobre todo eleva su alma para ofrecerse  a quienes la viven, a quienes solamente la acarician con su paso fugaz e incluso, a  aquellos que la abandonaron  y sobre todo a sí misma.

Caracterizar mi ciudad es fácil, personificarla, casi imposible, ella, nació de la voluntad de otros que solo querían manosear bajo sus bolsillos el precio de su valor y luego se fueron dejando atrás  su fortuito destino que el azar y la voluntad de los hombres han convertido en su presente y proyectan  hacia el  futuro.
Con la travesía de los años   se olvidó su génesis y quedó inconclusa su figura; hoy mi ciudad reclama desde lo más  profundo, que su historia debe ser contada, no como una oda a su presencia,  sino como una remembranza necesaria, útil, inevitable y sobre todo justa, pues su  identidad se muere sin haber sido celebrada.

Aunque su perfil pase desapercibido detrás del cristal de un auto cuando alguien se aleja de ella; aunque sus nacidos no reconozcan  su atractivo y a veces tristes deambulen por su organismo  maldiciendo su existencia; aunque  algunos no comprendan aún porqué  la aman; aunque muchos la vean como un simple escalón entre su agrario pasado y su futuro urbanizado y capitalino en el mejor de los destinos, ella  escondida guarda la esperanza de que un día se reconozca que el útero que hospeda la sabia y da vida a  muchas otras semejantes con mejor suerte y esplendor, son ciudades como la mía.